El Golf es, en realidad, el Lima Golf Club, un inmenso parque de 49
hectáreas donde la clase alta limeña practica el deporte que hizo
millonario a Tiger Woods.
A solo 15 minutos del centro, en San Isidro, el Lima Golf Club es,
además, el espacio ideal para hacer footing y escapar por unos minutos
del caótico tráfico de la capital del Perú.
Un trazo de la naturaleza que aclara una ciudad gris. Frente a El Golf vive, por ejemplo, Gisela Valcárcel,
la conductora de televisión más famosa del país. Ella sale a correr por
el Golf, aunque cada vez menos, por temor a los paparazzis. Pero en el
Golf no solo te puedes encontrar celebridades. En su última etapa como
entrenador en el Perú, Sampaoli dedicaba algunas horas de su vida a
mantener su mejor estado físico corriendo.
Futbolista jubilado muy joven por una fractura de tibia y peroné, el
hombre más ilustre de Casilda sabía que el entrenamiento diario no es
una sugerencia sino, más bien, una obligación. Carlos Salas, editor del
suplementoDeporte Total de El Comercio de Lima, recuerda haberlo visto
más de una vez trotando por el Golf con sus headphones. “No sé si estaba
concentrado en su trote o en lo que estaba escuchando.
Pero parecía hipnotizado”, recuerda ahora, tres años después, mientras
vemos un documental en YouTube sobre el entrenador argentino hecho por
fanáticos de la ‘U’ de Chile, donde es casi una divinidad. “Parecía
hipnotizado. Pasaba sin mirar a nadie y nadie lo miraba tampoco”,
insiste. Claro. Ese Sampaoli no era este Sampaoli.
Podía pasar tan desapercibido como un árbol.
Así es. Se trataba de un entrenador aún sin renombre y más bien, como
muchas ‘chapas’, que en Lima son los sobrenombres con que se bautiza a
ciertos hombres. Apenas llegó, y por su pasado en blanco, le clavaron el
típico “parrillero argentino”. Al Aurich llegó como ‘Zurdo’, pero por
el tamaño los hinchas de ese equipo lo llamaban, cariñosamente,
‘Zurdito’. Ya en el Boys, un diario local le dio el nombre con el que se
iría del país. “El Bocón” puso ‘Hombrecito’. Claro diminutivo para
resumir lo que el medio sentía por él en ese entonces: un entrenador no
solo de baja estatura y solo hecho para equipos ‘chicos. Pero todavía
era el 2003.
Difícil que, con audífonos y gorra, alguien lo reconozca en el Golf. Sampaoli dirigía al Sport Boys, el cuarto equipo en la pirámide del fervor popular en el Perú –detrás de la ‘U’, Alianza Lima y Cristal–, por lo que su presencia todavía podía pasar inadvertida.
Salas podía reconocerlo, pero no siempre el hincha común. Así que hacer footing podía distraerlo de mundo. “Es
verdad. Una de las cosas que nunca deja de hacer Jorge es salir a
correr un poco por la ciudad. Yo lo acompañé una vez, cuando dirigía a
la Universidad de Chile. Y aún así da la sensación de que corre y está
pensando en algo que tenga que ver con el fútbol”.
Así lo recuerda Óscar Balbuena, agente de futbolistas y uno de los
mejores amigos de Sampaoli en el Perú. Fue él, por ejemplo, quién lo
presentó con el que sería “uno de los mejores directivos” con los que
trabajó en el Perú, el cineasta Francisco Lombardi.
Balbuena recuerda que Sampaoli vivía en un departamento muy cerca del
Golf, a pocas cuadras de la avenida Javier Prado, en San Isidro.
Y aunque nunca salió a hacer footing con él en Lima, cree firmemente que en ese walkman no había solo música.
Lima fue la ciudad que confirmó en Sampaoli lo que era el Bielsismo para él: su religión. Y Marcelo Bielsa,
el gurú. En ese walkman la música la cantaba un solista. “Tengo todas
las conferencias grabadas que ha dado Marcelo. Y cada tanto las vuelvo a
escuchar”, ha dicho el profe. ¿Qué podía estar escuchando Sampaoli? Los
workaholics encuentran satisfacción en el trabajo, del que no pueden
despegarse jamás. Es como un antojo para la mamá embarazada: algo
absolutamente natural.
“Corría como hipnotizado”, me dijo Carlos Salas, desde su escritorio en
la redacción de El Comercio, el diario más influyente del país. Es fácil
predecir que Sampaoli no solo tenía música de La Vela Puerca, Calamaro o
la Bersuit –sus bandas favoritas– a todo volumen en los audífonos.
¿No es ideal acaso escuchar al maestro en la soledad de un trote? “A
Jorge lo apasionaba escuchar a Bielsa”, insiste Balbuena, el amigo
peruano. Para el argentino, Bielsa era como Dios: alguien que no puedes
ver pero sí oír. Escucharlo era renovar su fe. El fútbol peruano todavía
lo miraba con distancia pero Sampaoli aún creía en tiempos mejores.
Era el año 2003, seis meses fundamentales en el Boys del Callao. El año
en el que la gente dejó de pensar que solo era un argentino loco. Cuando
el fútbol fallaba, Sampaoli se iba al Golf. Cogía su walkman y listo.
Ahí tenía todo lo necesario para ser feliz.
Desde entonces, el Lima Golf Club ha pasado a ser el lugar donde corría
Jorge Sampaoli. Y como suele pasar con los héroes que nos entrega la
televisión, a todos les gustaría haberlo visto alguna vez.
EL SAMPAOLI DEL BOYS
2002. El Callao. Para encontrar a Jorge Sampaoli había que preguntar dónde estaban los bomberos.
Pasada la experiencia de 8 partidos con Juan Aurich, Sampaoli se fue a
su país. Pero mantuvo el contacto con Madriotti. Pese a dejar último en
la tabla al Aurich, en Lima algo se hablaba sobre el ‘Hombrecito’. Ese
algo eran puras burlas. “¿Va a volver al Perú? ¿Qué, acaso somos un
albergue?”, se preguntaba una columna muy leída en un diario importante.
Sampaoli tenía que empezar de cero. Convencer.
Si Mandriotti era chalaco, y en el cuadro porteño necesitaban
entrenador, ¿por qué no podía tener una oportunidad el amigo rosarino?
La tuvo. Y apenas dos meses después de su renuncia al Aurich, volvió al
Perú. La vida le prendía de nuevo una vela. Pero el camino era demasiado
oscuro.
En Boys tampoco había dinero ni comodidas. Un amigo de Sampaoli de esos
años, que prefiere mantener su nombre en reserva, me contó que la cifra
pedida para entrenar al Boys fue 2.500 dólares. Él y sus ayudantes. Era
el cuerpo técnico peor pagado del campeonato peruano –otra vez- cuando
regresó al Perú a dirigir al primer campeón de la división profesional,
el histórico cuadro rosado.
Tras repartir ese monto, Sampaoli no tenía ni siquiera para pagar un
cuarto con baño privado. Hasta en eso el profe aprendió a ser peruano,
expertos en el arte de la multiplicación de los billetes.
“Cuando lo conocí en el Boys me sorprendió la cantidad de cintas de VHS
que llevaba en el maletín. La poca plata que tenía se la gastaba en
eso”, ha recordado alguna vez Alfredo Carmona, uno de los mejores
futbolistas con los que se encontró en su segunda aventura peruana, el
Boys. Era la segunda chance para soñar y podía ser la última. Y Sampaoli
era un obsesivo.
Fueron meses difíciles esos de mediados del 2002. Con esa paga, no pudo
para traer a la familia. Analía, Sabrina y Alejandro, la familia en
Casilda, vivían con el sueldo que aún recibía por la licencia pedida en
el Registro Civil de Molinos.
Los dólares de Lima no alcanzaban. Un dirigente del Sport Boys le
propuso una primera alternativa: vivir en la Compañía de Bomberos N°34
de La Punta, en el Callao, mejor conocida como La Bomba. Willy
Melgarejo, productor periodístico del programa El Deportivo de ATV canal
9, dice que en el primer puerto corre la historia de que Sampaoli
dormía en una de las literas de la Compañía, pero que por el movimiento
nocturno solía caminar hasta un parque cercano a jugar fulbito con los
adolescentes de la zona.
“El profe les hablaba de fútbol a los muchachos”, recuerda Omar Zegarra, un ex jugador en ese equipo. “Era su manera de conocer a la gente chalaca. Yo creo que le recordaba mucho a su tierra”, dice Melgarejo.
Años después, Sampaoli diría que en el Perú es hincha del Boys. Hace
unos días volví al Callao, la provincia donde nací, e hice una encuesta
rápida sobre Jorge Sampaoli. “Mi papá me ha dicho que ‘Sampa’ va a
volver alguna vez”, me dijo un muchacho de 17 años. Es de la Juventud
Rosada, la barra brava del Boys. Lo dice como si pidiera un milagro de
navidad. Boys ya no está en Primera y pelea por no volver a su liga de
origen. Con Sampaoli hicieron su última gran campaña. Partidazos. Y que
regrese algún día sería como si volviera dios.
EL SAMPAOLI DE CRISTAL
Año 2007. Jorge Soto entró furioso a la oficina donde dos de los
directivos más poderosos de Cristal conversaban sobre los planes con el
equipo. Casi tiró la puerta. No respiraba, bufaba. Habían pasado dos
semanas de los primeros trabajos de Jorge Sampaoli en el Rímac y el
jugador celeste con más goles en la historia del club (157) no aguantó
el ritmo de trabajo impuesto por el ‘Hombrecito’.
Hasta tres fuentes con las que conversé para escribir este reportaje me
dijeron que el tono con que se refería el ‘Camello’ no era el que uno
usa para los elogios. Al contrario. “Yo no voy a permitir que a estas
alturas de mi carrera me pidan hacer cosas que ya hice a los 20”, dicen
que escucharon. Soto había llegado a ganar 30 mil dólares mensuales y
era el jugador más caro del fútbol peruano. Y desde que salió subcampeón
de la Libertadores en 1997, su palabra era ley.
Sampaoli había llegado a Cristal luego de su paso por Bolognesi amparado
por dos directivos claves en el organigrama: Diego Rebagliati y Carlos
Benavides. Obvio, también Pancho Lombardi, con notable influencia en
cada decisión que toma la Corporación Backus S.A., dueña del club. Venía
a cumplir un viejo proyecto conversado con el cineasta, un bielsista de
la primera época que había encontrado en Jorge casi un doble. A él le
entregó la misión de construir un equipo de jerarquía internacional,
sostenido por la economía poderosa de la institución, acaso la mejor del
país. A los más jóvenes pudo convencer de hacer hasta tres turnos de
entrenamientos y concentración rígida. A los más grandes como Soto, no.
Esa tarde del 2007, Soto rompió relaciones con Sampaoli, aunque el
argentino todavía no lo sabía.
Cuando hubo que ser diplomático, el ‘Camello’ Soto habló: “Es un buen
técnico, pero reconozco que me hacía correr”. En mayo de ese año,
Sampaoli se fue de Cristal derrotado en su fuero más íntimo: no pudo
convencer. Fue entonces que le escribió la famosa carta a Bielsa, en la
que le pedía perdón “por no haber defendido el estilo”. Dirigió 17
partidos, ganó solo 4, empató 6 y perdió 7.
“Fue un gran fracaso”, diría el entrenador después. Pero estar en un
lugar donde no te quieren es, más bien, una victoria personal. Es la
libertad. También una lección. En 2010, solo días después de estar
instalado en la Universidad de Chile borró a Rafael Olarra, líder
natural del vestuario azul. Ya le había pasado una vez. El estudioso
Sampaoli ya no se iba a equivocar con el mismo problema. Los números le
dieron la razón.
Cinco años después de ese episodio con el ‘Camello’, Jorge Sampaoli
clasificó al Mundial de Brasil 2014 con Chile. Jorge Soto se retiró del
fútbol y hoy administra una cevichería en Miraflores. Nunca fue a una
Copa del Mundo.
El tiempo puso las cosas en su sitio.
Fuente: El Mercurio / GDA/MIGUEL VILLEGAS @prakzis
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